El Conde, el Jabalí y la Profecía

«En nuestro lenguaje, las leyendas de oro de los siglos pasados se desvanecen y desaparecen. Nadie ve su influencia en la cultura, nadie ve su poder educativo».
-Douglas Hyde.
Las leyendas son las voces de los héroes y sabios del pasado; nos cuentan historias que no buscan ser fieles a la propia Historia, sino ser transmisoras de un antiguo legado. Un legado de conocimiento que si somos capaces de desenmarañar, nos revelará un mundo oculto de misterios y secretos. En las leyendas de los pueblos se esconde parte de su alma, un espíritu que como el fuego eterno de la tradición, calienta y alumbra a quienes tienen la disposición necesaria para sentarse a escuchar. Así pues, ¿Queréis oír una leyenda medieval? La leyenda de Fernán González y el Jabalí. Una historia con claras influencias del antiguo mundo céltico.

Nuestra historia, como toda narración épica que merezca la pena, comienza con un héroe antes de afrontar la que será su gran batalla. Un guerrero forjado a sí mismo en los recios parajes de Castilla, el conde Fernán González, hijo menor aunque orgulloso del señor de aquellas tierras, Gonzalo Fernández. Y quiso Dios y el destino que aquel noble caballero sobreviviese a sus hermanos mayores, heredando de este modo el aún pequeño Condado de Castilla[1]. Fernán, el Buen Conde, tenía por delante al que sería su mayor rival y una de las más grandes amenazas para los buenos cristianos, el poderoso Almanzor. Pero sería tarea imposible hacer frente al ejército moro sin antes haber recibo el apoyo de sus mesnadas de caballeros, por lo que el Conde no podía sino esperar la llegada de sus valientes hombres. Y fue entonces, intentando aliviar la amarga espera de la batalla, cuando decidió salir de cacería.

La caza, representación del gran campo de batalla, medía y ponía a prueba las facultades del guerrero enfrentándolas a las de la bestia. Quizás en la mente de nuestro héroe se dibujase un combate feroz, una lucha encarnizada por el alma de esta tierra, cuando alcanzó a ver la figura de la enorme criatura. Un inmenso jabalí de pelaje encrespado, mirada endemoniada y gigantescos colmillos capaces de matar a un hombre de una sola embestida. Sus miradas se cruzaron en un fugaz choque y durante unos instantes el Conde creyó vislumbrar en aquella bestia la viva imagen de su ancestral enemigo. Apenas había transcurrido un segundo cuando el jabalí se lanzó en carrera a través de la vegetación, seguido fanáticamente por Fernán, quien se había apartado del resto de cazadores. Más y más profundo se internaba el animal en el bosque, pero el Conde no vaciló ni un segundo, y espoleando a su caballo no cesó en su empeño de dar caza a la bestia de grandes colmillos.

El rastro de la criatura lo condujo a través del agreste territorio hasta el arroyo de Vasquebañas[2], donde se erigía una extraña cueva. Una gran grieta en la roca que permanecía cubierta por la hiedra, como si aquel místico lugar quisiese mantenerse alejado de los ojos profanos. La larga y agotadora carrera lo había llevado hasta la que parecía la guarida de la bestia, de modo que viendo que el jabalí penetraba en ella, desmontó de su corcel dispuesto a seguirlo. Pero cual fue su sorpresa al descubrir que aquella gruta era en realidad la entrada a una antigua ermita y que el jabalí ahora permanecía oculto tras viejo el altar. De pronto una poderosa corriente espiritual envolvió en cuerpo y alma al caballero quien, perdonando la vida al animal, cayó de rodillas sobre el frío suelo y comenzó a implorar perdón por su profanación.

Pero él allí no estaba solo, y una vez hubo terminado de orar al Creador, tres figuras acudieron a su encuentro: Tres ancianos ermitaños que habitaban aquel oculto lugar. El Conde explicó las causas que lo habían llevado hasta aquel sagrado templo y de cómo ahora sus preocupaciones se centraban en la gran batalla que habría de librar por la cristiandad. Los ermitaños escucharon atentamente sus problemas, intentando dar serenidad al alma del noble guerrero, hasta que uno de ellos comenzó a hablar. Su nombre era Pelayo y dijo de este modo:

«Mi señor, os ruego que aceptéis mi humilde hospedaje, que paséis la noche con nosotros y compartáis nuestro alimento. Que si bien no es mucho, mucho es lo que os ha de reconfortar».

Y así lo hizo el Buen Conde, sin saber que así le sería revelada una gran profecía sobre el destino que le aguardaba. Él había aceptado la humilde invitación de los ermitaños y por ello Pelayo, con sabias y profundas palabras, profetizó:

«Te hago, buen conde, de esto sabedor
que quiere tus actos guiar el Creador:
vencerás el poder del moro Almanzor.
Harás grandes batallas en la gente descreída,
a muchas gentes cambiarás la vida,
cobrarás de la tierra una buena partida,
la sangre de los reyes por ti será vertida».

Y con estas palabras en mente regresó Fernán González con sus caballeros, prometiendo a los ermitaños construirles un monasterio si aquel presagio llegaba a cumplirse. Y fueron las palabras del anciano hechas realidad, como si hubiesen sido puestas en su boca por el propio Altísimo. Pues Fernán González logró triunfar sobre el enemigo infiel e incluso pudo sentar las bases para la creación del futuro Reino de Castilla[3]. Siendo este, además, el supuesto origen del monasterio de San Pedro de Arlanza.

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Fernán González se marcha de la ermita de regreso con sus caballeros.

Esta leyenda apareció por primera vez en el Poema de Fernán González, aunque luego fue repetida numerosas veces en versiones posteriores. La podemos encontrar también en la Crónica General de Alfonso X El Sabio, también en el Romance del Conde Fernán González de Lorenzo de Sepúlveda, así como en los escritos de otros muchos autores, cada uno de ellos aportando sus propios toques literarios a la narración. Incluso aparece una historia muy similar protagonizada por el rey Sancho Abarca en las Mocedades de Rodrigo[4]. Pero no deja de ser lo que es, una leyenda. Una parte de verdad siempre reside en todas las narraciones legendarias. El monasterio de San Pedro de Arlanza fue fundado realmente por su padre, Gonzalo Fernández. Aunque es cierto que en las cercanías del mismo existen las ruinas de una antigua ermita llamada de San Pelayo; y en ella hay una cueva en la que se encontraron restos del periodo prehistórico[5].

«Era toda Castilla solo una alcaldía;
aunque era pobre y de poca valía,
nunca de buenos hombres estuvo vacía
de aquellos que aún parece haber hoy día.
Varones castellanos, este fue su cuidado:
de llegar su señor al más alto estado;
de una alcaldía pobre hicieron un condado,
y la volvieron después cabeza de reinado».[6]

Pero lo importante y verdaderamente valioso de esta leyenda es la forma que adopta, una forma que recuerda mucho a los viejos cuentos celtas; que en el fondo son la base de antiguos relatos paganos universales. Ese Viaje del Héroe que formaba parte del monomito de Campbell también está presente en un héroe castellano del siglo X. Entremezclando las narraciones paganas con el nuevo contexto cristiano medieval, dando así lugar a una épica que fundamenta toda nuestra base cultural.

Encontramos al héroe guerrero que durante una cacería se pierde persiguiendo a un animal; un animal totémico tan característico como es el jabalí. Allí el héroe llega a un lugar sagrado, la cueva cubierta de hiedra que oculta un viejo templo. La mística visión de la sacralidad lo distrae, hasta que tres druidas ermitaños acuden a su encuentro. Le piden que pase la noche allí y entonces le rebelan la profecía sobre su heroico destino. Para después regresar renovado y poder enfrentar la gran batalla que tiene por delante y realizar la gran hazaña que supondrá la independencia del Condado de Castilla. Así el guerrero desciende hacia la fría tierra, recibe la bendición y regresa al mundo mundano. El mito se ha completado y el héroe se ha forjado.

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El jabalí tenía una gran importancia espiritual y guerrera dentro del mundo celta, como atestiguan detalles como los de algunos cascos del Caldero de Gundestrup.

 

Lo importante no es si la leyenda se ajusta o no a la realidad histórica, sino la propia esencia de la propia historia que conecta la narración medieval con los antiguos relatos de tiempos paganos. Unas formas prerromanas de las que la literatura medieval está repleta y que han sido el hilo conductor de nuestras raíces hasta nuestros días. Todo ello conduce a una teoría de lo que supuso el fin del Imperio Romano y el comienzo de la Edad Media. Hay historiadores que ven en la Caída de Roma un colapso de la civilización, otros por el contrario se acercan a posturas que defienden un continuismo institucional. Sin embargo, lo que evidencia el estudio de los mitos y las leyendas es una regresión a los tiempos prerromanos, pero amparada por un nuevo paradigma cristiano heredero de la tradición romana. Es decir, un afloramiento de una cultura raíz que nunca había desaparecido, sino que estaba contenida, y que salió a la luz a través de manifestaciones culturales como las leyendas medievales.

Un pasado que nos conecta irremediablemente con la Tradición, a la vez que nos alumbra, cual fuego del espíritu, nuestras raíces ocultas. Es ahora, en la medianoche del mundo, cuando más que nunca son necesarias las leyendas. Sentarse, quizás, ante el fuego del aquelarre, para escuchar una vez más aquellos cantos del alma que una vez forjaron héroes, pero que ahora ocultan los secretos de la conquista de uno mismo bajo las cenizas de una fragua largo tiempo olvidada.


[1] En Sus orígenes, Castilla fue un pequeño condado vasallo del Reino de León. La historia de los héroes castellanos parece ser la historia de movimientos rebeldes contra el injusto orden establecido, como atestiguan las narraciones de Fernán González o el Cantar de Mío Cid. Así el poema narra la historia del conde de Castilla ligada a la historia del propio Condado.
[2] No se ha podido localizar el lugar exacto donde se encuentra este arroyo, sin embargo, toda la historia transcurre cerca de Covarrubias, en Burgos, paisaje muy agreste.
[3] Finalmente Castilla conseguirá la independencia del Reino de León y finalmente se convertirá en un poderoso Reino, motor de la política peninsular junto a Aragón.
[4] En esta otra versión, el rey no detiene su mano, así que su brazo se queda paralizado como una suerte de milagro. La historia no puede permitir que se cometa violencia en un lugar tan sagrado, ni aunque dicha violencia la ejerza un monarca.
[5] Parece ser que los restos pertenecen a la cultura musteriense.
[6] Estos son los versos, transcritos del castellano antiguo, que cierra el Elogio de Castilla que hace el Poema de Fernán González.

Bibliografía

  • CAMPBELL, J., El Héroe de las Mil Caras. Psicoanálisis del Mito, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2015.
  • GUYONVARC’H, C-J y LE ROUX, F., Los Druidas, Madrid, Abada, 2009.
  • LA FORJA Y LA ESPADA: http://gonzalorodriguez.info/
  • VICTORIO, J. (ed.), Poema de Fernán González, Madrid, Cátedra, 2010.

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